Marcos Ant. Martínez
Por: Marcos Ant. Martínez
Para avanzar, hay que dar al menos
un paso. El haberla promulgado —esta inaplazable ley— y no seguir manoseándola
por 15 años más, es ese paso. De no haberlo hecho usted, probablemente mi nieto
recién nacido, o el de otro, sería de los que levantarían la mano en el
Congreso en los próximos años. En lo adelante, los procesos de reclamaciones
legítimas en el Constitucional o las enmiendas de los próximos Congresos harán
su trabajo. O, en el mejor de los casos, las luchas en los foros presionarán
los ajustes.
Mientras tanto, más de 70
modalidades de penas ajustadas a los tiempos evitarán que, al quedarse en el
tintero, muchos de nosotros (y ya me pasó) nos quedáramos viendo partir por la
vereda a un culpable que, por no estar tipificada su infracción, se toma un
cafecito "maquinado" donde dar el "tumbe".
En el curso de nuestra historia
democrática, algunas reformas han sido postergadas tanto tiempo que la justicia
se vuelve una promesa lejana. Una de esas reformas lo fue, la de nuestro
sistema penal, cuyo retraso no solo es inexcusable, sino también cruel para una
ciudadanía que exigía respuestas reales, eficaces y oportunas.
Hoy, no escribo como técnico,
abogado o académico, sino como ciudadano agradecido, como padre y como abuelo.
Gracias, señor Presidente, por
promulgarla como acción en el ejercicio de sus facultades. No hay acto más
valiente que asumir el costo político de hacer lo correcto. Y hoy, usted
lo ha hecho.
¡Gracias,
señor Presidente!